"Con dieciséis años me habló de las autopsias sexuales.
Que nos quedáramos muy quietos y alguien nos dijera qué parte de nuestro cuerpo no había sido acariciada; cuántos besos habíamos recibido; si había sido más querido una mejilla o una ceja o una oreja o los labios.
Ella se lo imaginaba y le gustaba pensar que alguien, tan sólo mirando nuestros dedos, supiese si habían tocado con pasión o simplemente por rutina. Si nuestros ojos habían sido mirados con deseo o nuestra leguna había conocido muchos congéneres.
Que nos quedáramos muy quietos y alguien nos dijera qué parte de nuestro cuerpo no había sido acariciada; cuántos besos habíamos recibido; si había sido más querido una mejilla o una ceja o una oreja o los labios.
Ella se lo imaginaba y le gustaba pensar que alguien, tan sólo mirando nuestros dedos, supiese si habían tocado con pasión o simplemente por rutina. Si nuestros ojos habían sido mirados con deseo o nuestra leguna había conocido muchos congéneres.
¿Cuántos mordiscos, cuántos susurros, cuántos chupetones hemos sentido?
Un cómputo de números sobre nuestro sexo, nuesta lujuria, nuestro placer
solitario.
Y según ella, lo mejor era que cuando acabase esa autopsia sabríamos que
estábamos vivos, que podíamos mejorar y lograr que nos acariciasen que
deseáramos, que amáramos y nos amasen.
Nunca me he hecho una autopsia de este tipo. Me ha dado miedo el resultado.
Hay que tener mucha valentía para escuchar eso de los labios de otra perosona, aunque no sé si ni siquiera existe alguien con estas capacidades."
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